Desde chica me gusta juntar cadáveres de insectos. Los guardo en el estante más alto de mi cuarto. Adentro de cajitas, frascos o botellas; dependiendo del tamaño de cada uno. Mi papá una vez me regalo unas mariposas disecadas, clavadas con alfileres de gancho, las alas extendidas detrás del vidrio de un cuadro con marco lila. Con el tiempo las alas se volvieron grises. Esas mariposas siempre me desagradaron, nunca fueron más que un adorno. Mirarlas no me hacía recordar ningún momento en especial. No me obligaban a pensar el pórque y el cómo de la muerte del bicho, la forma en que había dejado de moverse para siempre. Esas mariposas eran algo vacío adentro de un cuadro horrible. Por eso prefiero mis frascos y cajitas.
domingo, 10 de agosto de 2008
eh
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